Meditaciones cuaresmales: PENITENCIA
- On 19 de febrero de 2024
Cómo hablar de penitencia a un cristiano de hoy
Si cualquier tiempo es bueno para pensar en los sacrificios y las penitencias que la Iglesia nos pide o las que podemos imponernos por nosotros mismos, la Cuaresma es el momento litúrgico por excelencia para ahondar en estos temas.
El sacrificio ligado a la penitencia que puede preceder, acompañar o finalizar un proceso cobra todo su sentido cuando está ligado a un proceso de conversión, donde la persona endereza su camino, vuelve atrás o recapacita sobre sus errores. Nos vienen a la mente las palabras del hijo menor de la parábola del hijo pródigo: «me levantaré, volveré donde mi Padre» (Lc 15,18).
La Biblia toca un punto sensible que hace de puente entre la penitencia (o los diversos sacrificios, renuncias, o privaciones) que podemos hacer para acompañar ese camino de conversión que Dios espera de nosotros y que puede hacernos realmente felices. Nos dice que para que toda penitencia o sacrificio sea auténtico debe ser expresión de la entrega interior a Dios. Recordemos las palabras del profeta Oseas: «Misericordia quiero y no sacrificios» (Mt 9,13; 12,7; cf. Os 6,6).
El problema que se presenta a menudo en nuestros ambientes más o menos confesionales, es la tendencia a juzgar las realidades de nuestra vida cristiana con criterios puramente humanos. O a justificar nuestro poco compromiso con el entorno profano que no se plantea lo más mínimo ciertos temas. A la raíz de todo camino de conversión está la conciencia de pecado, la capacidad de percibir que me estoy alejando, que estoy eludiendo o ignorando el amor de Dios en mi vida.
«Hazme volver y volveré porque tú Yahvé eres mi Dios» ♫ cantábamos en mis años mozos durante el tiempo de Cuaresma. Dos dinámicas que se complementan. Dios que me invita a retomar el camino que conduce a él, y yo que acepto el desafío y entro en una dinámica de conversión. Si pensamos en el pueblo de Israel, con qué poca confianza dejó la tierra de Egipto, qué poca paciencia en el desierto, caídas, construcción del ídolo de oro, quejas ante un Dios que no da bien de comer a su pueblo… son los pecados también del hombre de hoy. Ahora bien, antes de hablar de sacrificios y de penitencia, es fundamental conocerse, saber de qué pie cojeamos, cuales son mis soberbias, en qué zonas me considero autosuficiente, cuándo falto de fe, de esperanza o de caridad… y ahí encontraremos pistas de conversión. Caminos que hay que transitar, donde muchas veces sufrimos y/o hacemos sufrir, pero que no tienen por qué constituir destinos fatales o definitivos.
En el sacramento de la reconciliación (de la penitencia se decía antaño) uno de los elementos esenciales para vivirlo como se debe es la confianza de que nos acercamos a un Dios que nos ama y que quiere lo mejor para nosotros. No está al acecho, esperando que caigamos para castigarnos.
«Si hoy escuchamos su voz», si nos sentimos interpelados por una exigencia dentro de nosotros mismos o a nuestro alrededor, si una palabra del evangelio nos toca, si una desgracia, un problema serio, un desconsuelo profundo… nos sacude, «no endurezcamos nuestro corazón». Es la ocasión de levantarse y acoger la gracia que el Señor nos ofrece. Dios nos trajo al mundo sin nuestro consentimiento, pero no nos salvará sin nuestra colaboración. El primer sacrificio ‘penitencial’ que se nos pide en el mundo de hoy es ponernos en zona de tiro, reconocer carencias, dolencias, flojeras, tristezas, desesperanzas … y dejar un hueco para que el Señor nos toque el corazón. «Un poco de propio y humilde conocimiento vale más que muchos días de oración» decía santa Teresa.
El sacramento de la reconciliación nos espera, interactúa en este camino de conversión, pero no sustituye la opción fundamental de querer cambiar algo en nuestra vida, el deseo de amar y entregarnos en lo que hacemos con perseverancia y deseos sinceros.
La misericordia del Señor es infinita, como también se nos presente sin límites la libertad humana. Parémonos un momento a escuchar las llamadas que la Iglesia nos hace en este tiempo a «volver», a retomar buenas intenciones, a enderezar los senderos de nuestra vida, a responder con coherencia y a amar como Dios nos ama.
P. Julio Almansa, ocd. Misionero de Albacete en Israel.