Meditaciones cuaresmales: ORACIÓN
- On 6 de marzo de 2024
Humilde reflexión sobre la oración
En qué gastamos nuestro tiempo? Supongo que en trabajar, descansar, comer, algún hobby, cuidar de la familia, etcétera. Todo eso son cosas necesarias y buenas que toda persona de bien debe de hacer, no es necesario ser cristiano para cumplir con esas tareas y ocupaciones.
Para ser cristianos, además de esas tareas y ocupaciones comunes, debemos de mirar a Cristo, cómo era su estilo de vida, y seguir su ejemplo. Jesús curaba enfermos, daba de comer al hambriento, perdonaba a los pecadores, expulsaba demonios, iba los sábados a la sinagoga, predicaba la buena nueva a los pobres…, tenía una agenda diaria extenuante.
Hoy la Iglesia, que somos nosotros, continúa la misión de Cristo de servir a la humanidad, especialmente a los más pobres y marginados. Igual como sucedió a Jesús, es esta una tarea en ocasiones extenuante, y es fácil desanimarse.
Pero Jesús nos enseñó cuál es su truco para no caer en el desánimo: la oración. Jesús a pesar de tanta actividad pastoral diaria que le hacía caer rendido de cansancio incluso en la barca en mitad de la tempestad, se las arreglaba para sacar tiempo de oración personal, preferentemente de madrugada porque estaba más tranquilo.
Nuestros hermanos y hermanas contemplativos tienen sus tiempos de oración bien reglados. Los religiosos y religiosas de vida activa también tienen sus momentos de oración comunitaria y personal bastante regulados, con cierta flexibilidad para atender sus responsabilidades pastorales y laborales. Nosotros los curas diocesanos solemos tener cierta dificultad para reservar momentos fijos para nuestra oración, porque la atención a las parroquias no conoce horarios. En mis tiempos de seminario, un buen cura nos dio este consejo: “Procura buscar momentos fijos para tu oración personal, laudes y vísperas; eso para mí resulta realmente difícil. Mi consejo es que la Eucaristía diaria sea siempre un momento fuerte de oración.” Y efectivamente, hasta el día de hoy la Eucaristía diaria sigue siendo mi principal alimento espiritual, sin desdeñar el breviario.
Y los padres-madres de familia todavía lo tienen más complicado que nosotros los clérigos y religiosos, al tener que ocuparse de su familia a tiempo completo junto a todas sus demás ocupaciones. Mi humilde consejo es que aprovechen cualquier momento y lugar oportuno para la oración, ya sea la Misa dominical o cualquier otra Misa a la que puedan asistir; alguna visita al Santísimo aunque sea rápida; algún programa religioso por televisión, radio o internet que les resulte interesante: algún retiro, charla, predicación, en su parroquia.
No importa si es en la iglesia, en la montaña, en el bancal o en la oficina; si es con oraciones aprendidas de memoria, con la Liturgia de las Horas o con nuestras propias palabras; con otros o a solas. Aprovechemos cualquier ocasión a mano para hablar con Dios como con un amigo. La oración fortalece nuestra fe y nos permite recuperar de nuevo el ánimo para proseguir con nuestra misión cristiana en el mundo. Porque como decía una buena feligresa, Agripina, después de pasar una grave crisis familiar y de fe durante varios años: “alejados de Dios la vida se vuelve demasiado dura y sin sentido”. Creo que la mayoría de nosotros, en mayor o menor medida, hemos tenido una experiencia similar. Pobres de nosotros, misioneros y misioneras, si abandonamos la oración: llegaría un momento en que no podríamos proseguir con nuestras actividades, y además nuestro testimonio no sería creíble.
Un último y humilde consejo: recemos menos por nosotros mismos, y recemos más por los demás y el mundo entero. Que el Señor nos bendiga a todos.
P. Julián Mansilla, sacerdote del IEME. Misionero albaceteño en Tailandia.