Meditaciones Cuaresmales: LIMOSNA
- On 27 de febrero de 2024
La limosna que salva
Para la mayor parte de la sociedad, el tiempo de Cuaresma ya es el vestigio de un pasado cristiano donde se cuidaba un ambiente social de recogimiento, requisito para vivir con provecho los días santos. Los que no iban a la iglesia durante el año, se acercaban a ponerse al día con Dios. En otra época, la Cuaresma estaba integrada en los cultura y hábitos de la mayoría de la población.
El contexto ha cambiado mucho. Ya no podemos esperar que el ambiente social se acomode nuestro estilo de vida cristiano. Somos una minoría, como lo fue en los principios del cristianismo y como lo es en muchos territorios de misión; por tanto, hoy debemos enfocar la vivencia de la Cuaresma y la Semana Santa como una opción personal y desde la comunidad a la que pertenecemos, el grupo de hermanos con los que caminamos en la fe.
La Cuaresma es un tiempo penitencial donde la Iglesia nos invita a practicar con mayor intensidad la oración, el ayuno y la limosna. Con ello, nos preparamos interiormente para vivir los misterios de la Semana Santa con gran provecho espiritual. Profundicemos un poco en la práctica de la limosna.
La palabra “limosna” viene del griego eleêmosynê. Sería como la actitud (oysnê) de ser misericordioso (eleos). Hay muchas maneras de expresar la misericordia además de la económica, que se expresa en la limosna tradicional. Hacer limosna sería también visitar enfermos, dar de comer al hambriento, enseñar a los que no saben, consolar a los tristes, animar a los desanimados. Todas estas son “actitudes de compasión” y “obras de misericordia”.
El padre de Tobías se caracteriza públicamente por sus limosnas, y enseña insistentemente a su hijo a obrar de esa manera: “Haz limosna en proporción a lo que tienes; si tienes poco, no temas dar de lo poco que tienes” (4,8). “Da tu pan al hambriento y tu ropa al desnudo. Da en limosna cuanto te sobre y no seas tacaño en tus limosnas” (4,16; 12,9). Para la sabiduría del Eclesiástico, la limosna «perdona pecados» (Eclo 3,30). “Con todo, ten paciencia con el pobre y no lo hagas esperar en la limosna” (Eclo, 29, 8). “Hacer limosna es ofrecer sacrificios de alabanza” (Eclo 35,2). “Hermano y protector ayudan en la desgracia, pero todavía más salva la limosna” (Eclo, 40,24).
En el Nuevo Testamento, Jesús valora la práctica de la limosna, pero si se hace “sin ser vistos” (Cf Mt 6, 2-4) con una actitud sincera de ayudar a los pobres. Pone como ejemplo el de la viuda pobre que echó más que todos los que han echado el cepillo, “porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento” (Cf. Mc 12,43−44). Pero la verdadera limosna está representada en el relato del buen samaritano (Cf Lc 10, 25-37) que socorre al herido del camino y le ayuda a curarse pagando la posada. Es un modelo perfecto de compasión.
En resumen, en la Biblia la “limosna” no es una moneda que se da a una persona en la puerta de una Iglesia o en un semáforo, sino una actitud profunda y comprometida con el hermano necesitado. El Catecismo de la Iglesia Católica, nos dice que la limosna es “un testimonio de caridad fraterna” y “una práctica de justicia que agrada a Dios” (n. 2462).
Además de un acto de caridad, la limosna es una práctica penitencial (gesto de conversión) que nos ayuda a poner a Dios y al necesitado en el centro de nuestras opciones porque “donde está tu tesoro, allá estará tu corazón” (Mt 6, 21). La Iglesia nos invita en Cuaresma a realizar un gesto (limosna) donde experimentemos que Dios está por encima de nuestros bienes materiales, de nuestro tiempo, proyectos y relaciones. La verdadera limosna debe ser un gesto de desprendimiento que realmente nos suponga un sacrificio, que nos duela. De esto modo, nos ayudará a estar más en comunión con Dios
No debemos identificar la limosna sólo como como una aportación económica, debe ser entendida de manera individual y solidaria. Dar a grupos necesitados, a comunidades pobres es muchas veces más eficaz que hacerlo a personas individuales. Una donación a una congregación religiosa carente de mínimos vitales es más necesaria que un regalo a indigentes que pueden aumentar un vicio la limosna.
Es mejor fomentar la limosna organizada que alentar la limosna ocasional. Estimular la mendicidad descontrolada puede resultar perjudicial, sobre todo, si se hace para tranquilizar la conciencia con unas monedas.
Les invito a que canalicen sus limosnas a comunidades que tengan buenos proyectos y que realmente ayuden a las personas a salir de su pobreza, pero siempre desde la actitud cristiana de desprendimiento y discreción. Porque el que practica la limosna experimenta los bienes de la salvación (Cf Tb 4, 24).
P. Francisco Javier Alonso, Escolapio. Misionero albaceteño en Méjico.