Carmen Rodríguez, enferma de Parkinson: “Lo ofrezco por los misioneros”.
- On 12 de febrero de 2025
Unión de Enfermos Misioneros: testimonio.
OMPRESS-MADRID (12-02-25) Carmen Rodríguez Muñoz es una enferma misionera, que a través de la oración y el ofrecimiento, se une a la misión de la Iglesia y a la labor de los misioneros. Carmen habla en esta entrevista sobre su camino interior a esta vocación especial de entrega, en la que se vive la cercanía de Dios.

P: Carmen Rodríguez Muñoz, una gaditana de nacimiento pero madrileña de adopción. Queríamos conocer el testimonio de cómo se puede vivir la enfermedad desde un punto de vista cristiano y misionero. ¿Para ponernos un poco en contexto, quién es Carmen Rodríguez Muñoz?
Pues una persona normal. Me llamo Carmen. Tengo 57 años, nací en Cádiz en el seno de una familia católica, apostólica y romana, que diría mi madre. Me crié en una iglesia, que teníamos cerquita, muy cerquita, en el barrio, pero hasta los 19 ó 20 años, cuando ya empecé con la carrera, tuve un cierto alejamiento. Me vine a Madrid, me licencié en Derecho y estuve opositando a judicatura. En Madrid conocí a mi marido, me casé, tengo dos hijos, uno tiene 25 años y la otra tiene 21. Y llevaba una vida perfecta. O por lo menos perfecta socialmente, digamos, era cristiana socialmente. Bodas, bautizos, comuniones y poco más. Y entierros. Cuando mi hija hizo la primera comunión, hubo un paréntesis en mi trabajo y yo trabajaba en contabilidad, en facturación, y eso fue un antes y un después. Yo creo que me fue un poco preparando para lo que vendría después. En torno al 2011, mi hija hizo la comunión y entonces decidí llevarla a la parroquia que estaba cerca de mi barrio y mi hija quería ser monaguillo. Eso me hizo ir los sábados y los domingos. Y fue sobre todo recordar. Ahí me di cuenta de lo que me habían enseñado en el colegio. Pues yo soy de las Hijas de la Caridad, los hermanos de La Salle. Recordando lo que yo sabía. Y eso me fue animando, me fue formando y fue lo suficiente como para tener una gotita de fe que me mantuviera para lo que me iba a venir. Porque en el 2019 mi hija la tuvimos que operar de una operación de espalda bastante compleja. Y ahí me rompí y me encontraba tan sumamente mal y estaba tan cansada que todo el mundo decía: bueno, pues esto, que tienes es estrés por la niña, eso que tienes es depresión. Y no era eso. Antes tenía los síntomas, pero no lo detectaron porque solo tenía temblor. ¿Cuál es el diagnóstico? Parkinson. Tengo Parkinson. Y me lo dijeron tal cual. Fui a urgencias, me encontraba mal ese día. Mi compañera de trabajo me dejó allí porque estaba mareada y le dije a mi marido, oye, no te preocupes que esto es el típico mareo de siempre. Y en un box del Gregorio Marañón, un señor me dijo tiene usted Parkinson. Es una enfermedad neurodegenerativa, no se me olvidará, grave, incurable, se morirá con ella, pero no de ella. Y a partir de ese momento solo se me ocurrió decir: Dios mío de mi vida, no sé nada de esta enfermedad, solo sé que es temblor. Bueno, de hecho lo primero que dije fue lo único que sabía, que lo tenía Michael J. Fox. Ni siquiera me acordaba del Papa, que yo lo había visto muchísimas veces temblando con esos folios, esa imagen, ese sufrimiento. Se me vino después. Pero en ese momento me quedé flasheada. Recuerdo que salí y fui a mi parroquia y dije tengo Parkinson. Y empezamos un camino. Yo creo que fue el camino de la salvación. A lo mejor al que no está enfermo le cuesta trabajo, pero si me escucha gente que está enferma sabe que la enfermedad es un camino de salvación. ¿Te cuesta trabajo? No soy la misma cuando me lo diagnosticaron que seis años después con el diagnóstico, pero es un camino de salvación.
P: ¿Cómo sería el primer contacto con Dios después de un diagnóstico así de golpe? Imagino más una actitud de reproche, como suele pasar a mucha gente que primero tiene una actitud de reproche y luego ya a lo mejor lo va reconduciendo. Tu primera necesidad fue la parroquia, buscar al Señor.
Nunca, nunca le he echado la culpa, porque yo considero que todo el mundo enferma, todos nacemos. Vamos a ver, es un proceso. Todo el mundo enferma, lo que pasa que nunca piensas que vas a enfermar con 49 años que tenía en ese momento, joven, trabajando, con una carrera por delante, con tus hijos, con tu casita, con todo lo que tú consideras que es tener una vida relativamente perfecta. Lo que sí le dije y eso me lo enseñaron después: ¿Para qué me mandas esto? Pero no entendía nada. Decía, tengo que cambiar mi vida ahora. Fui plenamente consciente de que tenía que cambiar la vida en general. Todo iba a cambiar. Todo para mí y para mi familia, para mi marido, para mis hijos, para mi madre. Contárselo a tu madre. Con el mismo proceso que hice de contárselo a los familiares se lo conté a Dios. Le dije Dios mío, ¿cómo me mandas esto? Y además una enfermedad tan humillante. En principio como puede parecer, porque lo es. Llega un día en el que no puedes mover un brazo, no puedes mover una pierna. Es degenerativa y es progresiva. Es decir, yo no voy a tener cura.
A mí lo que me ha enseñado, lo que me gusta de la espiritualidad del enfermo misionero es que tienes alegría. Y es verdad, es una alegría que te sale. Esa no la tienes tú que impostar porque tú ya tienes lo que tienes, es decir, lo tienes gratis y tienes el amor. Eso, eso es lo que me gustaría que no se olvidara. Tienes el sufrimiento y tienes dolor. Tú, o te amargas y te lo llevas y ya tienes tu vida hecha, o lo ofreces y lo ofreces por algo que te hace sentirte miembro de la Iglesia. En principio dices soy ya un descartado, un descartado en todo. Porque la sociedad en el momento en que enfermas te descarta y te vas dando cuenta poco a poco. Ya no tienes la fuerza en el trabajo que tenías antes. Tienes que pedir una incapacidad. Tengo una incapacidad permanente, absoluta para todo tipo de trabajo. Una discapacidad del 80%. Tienes un grado de dependencia. Tengo un grado de dependencia tres, para actividades básicas. La enfermedad tiene mucha miseria, pero esas miserias las puedes ofrecer por algo. No es algo vano. Tienes la posibilidad de sentirte útil y, con “Enfermos misioneros”, logras el plan que tiene Dios para ti. Ese camino que yo creo que todo el mundo, todo cristiano tenemos que tener. Todos pensamos que tenemos una cruz, pero si logras que esa cruz pueda unirte a la de Dios, a la de Jesús, tu cruz es llevadera. Efectivamente, porque te la llevan los demás. La enfermedad te pesa cuando la llevas tú, cuando te la sostienen los demás con sus oraciones, no te pesa. Cuando estás mala de verdad, que te duele, que te duele todo, llega un momento en el que digo que las lágrimas hasta me salen calientes, me duelen. Me acuerdo más de una vez decir no tengo más que ofrecerte que el dolor. Y efectivamente, me he dado cuenta que el dolor se puede ofrecer, el sufrimiento se puede ofrecer y le da sentido a tu vida. Porque igual mi vida sin esto pues hubiera sido una más. Siento que me llama por mi nombre, que me cuida, que me mima, que me da la oportunidad de sentirme útil para la misión que tenga Dios. Yo pienso como piensa la mayoría de la gente, estar enfermo es un rollo. A mí no me gusta, está claro. Yo no voy diciendo qué feliz. Muchísimas caras B de la vida, muchísimas miserias.
Muchas veces por la mañana cuando te levantas lo bueno que tiene es que no te miras al ombligo. Tú ofreces tu día. Pues voy a rezar por esta misión, por estos misioneros. Voy a darle valor, voy a darle dignidad a todo el trabajo que hacen ellos. Pobres, que se levantan en estas condiciones, que están trabajando en condiciones tales, que el Evangelio l están llevando, que le están dando la oportunidad a alguien que sienta lo mismo que yo. Es decir, que sienta que tiene un Dios que le quiere, que le salva, que le mima, que le cuida aunque esté enfermo. Si tú basas tu vida en tener salud, evidentemente cuando la pierdes, pierdes tu vida. Si tú basas tu vida en el dinero, evidentemente cuando dejas de tenerlo… Pero si tú basas tu vida en un camino… Yo soy profundamente eucarística, quiero decir que yo la Eucaristía considero que es una necesidad que diría un amigo. Una necesidad gozosa, y eso me hace tener relación con todo lo que rodea a la Eucaristía, a los sacerdotes, a las vocaciones, en este caso especialmente a las vocaciones nativas, a los misioneros. Y bueno, ese es el enfoque… Y con alegría. Jolín, hay que disfrutar. Cuando me dicen tienes un cumpleaños, yo voy. A mí apuntarme a todo. Después de que me lo diagnosticaran, pues dos años más tarde he ido a Jerusalén. He podido como he podido, pero he ido. Y a Santiago. Como he podido, pero he ido. He ido a Roma. Me queda Lourdes. Pero seguro, seguro, seguro, que si Dios quiere iré. Estoy convencida.
P: Nos vamos a remontar, si te parece, a hace seis años, con un diagnóstico, ibas a la parroquia. No sé si tú antes de la enfermedad sabías que existía esto de “Enfermos misioneros”. Supongo que no. ¿Cómo es este acompañamiento que tú recibes en la parroquia a nivel espiritual para poder no hundirte? ¿Y cómo conoces esta iniciativa de enfermos?
El acompañamiento que te hace la parroquia te la hacen las personas. Te la hacen, cada uno. Te la hace el sacerdote. Pero a mí sobre todo a mí me lo ha hecho arrodillarme, el Santísimo. Y orar. El camino cuando te diagnostican una enfermedad así es un poco el silencio. Tienes que dejar de hablar y empezar a acallar tu corazón que tiene mucho ruido. Y el silencio a mí me lo dio la adoración. Y por supuesto, por supuesto, toda la parroquia. Pero el silencio, en ese momento, la oración es lo que a mí me hizo a aquietarme, escuchar, ir como al corazón de Jesús. Si vas a adoración, vas a misa, si vas a misa, vas a confesión frecuente y, en una de las confesiones, hace relativamente poco, estábamos hablando de para qué el valor del sufrimiento, el valor salvífico que tiene el sufrimiento. Y me dijo el sacerdote: Carmen, léete este tríptico, y me lo dio. Dice son “Enfermos misioneros”. Y al mes, poco menos, si quieres ser enfermo misionero contacta con nosotros. Y dije pues voy a hacerlo porque esto me viene como un guante. Digo vamos a ver, estoy enferma. Un Parkinson, una enfermedad calificada como grave, neurodegenerativa no sé qué, no sé cuántos, incurable, es decir, que no se me va a ir en la vida. Digo, ya está aquí toda la vida de enferma misionera, la vida que Dios quiera. Escribí el mail y me contestó, Carmen. Y nada, directamente, quedamos. Me pareció que la espiritualidad que tiene pues tanto el Beato Lolo y me gustó Margarita Godet y me gustó Santa Teresita. Yo que había leído Historia de un alma, el primer libro que me leí, fíjate cuando digamos me convertí. Me pareció tan bonito que haciendo tan poquito, porque no se puede hacer mucho estando enfermo, logres tantas cosas. Aunque solo por el hecho de levantarme y pedir por un misionero –por el misionero que hoy esté más agobiado, el que esté más cansado, el que hoy le falte comida, el que hoy necesite un poco de ánimo – ya tengo hecho el día. Así que me levanto, me tomo un cafelito y “pa lante”. Pues eso, eso es el sentido de cómo lo conocí.
P: Y me he quedado pensando con varias cosas que has dicho. El sentido del sufrimiento, cómo está totalmente perdido en el mundo. ¿Qué valor tiene para ti ahora mismo la enfermedad, si es que tiene valor?
La enfermedad es un camino, es el camino de salvación que a mí me ha puesto el Señor. Para mí y para ayudar a mi familia. Estas Navidades hemos hecho una cosa porque mi hijo vive fuera, está en Suiza trabajando y nos hemos ido todos a Suiza en familia. Los cuatro. Y me ha parecido la mejor Navidad. En familia, porque sé que eso lo vamos a poder hacer poco, porque uno coincide con trabajo. Mi marido ha podido hacerlo porque estaba de baja. ¿El valor de la enfermedad? Le doy el que tiene. Es un camino de salvación. Lo que me va a llevar a la salvación es lo que Dios quiera en ese momento. Como quiera y cuando quiera. Estoy lista, las maletas están hechas como yo digo. En cuanto escuché la vocecita de Carmen ya no hace falta que me diga el apellido. Que estoy bien y duro diez años, fenomenal. Que duro cinco. Da igual. Vamos a estar el tiempo que Dios quiera. Me daría… si tengo hijos, pero mis hijos ya empiezan a ser mayores. Siempre te van a necesitar… Y empiezas el desapego. Cuando empiezas el desapego y el abandono es cuando realmente notas que las cosas no están tan mal. Que este mundo estamos bien, pero que vas a ir a otro que está mejor e intentas que todo el mundo sienta eso. Y la gente tú ves que dice qué pena con lo que ha sido. Yo lo primero que me que me dio rabia cuando tuve el Parkinson es que me quitaron los tacones. Fíjate, los tacones. Fijaros que tontería, pero yo me sentía “empoderada”, ahora que se lleva mucho esa palabra. Llegabas a un sitio, llegabas a tal, hablabas, Carmen hablaba y todo el mundo tal. Cuando enfermas, la gente rápido dejas de tener tu criterio. Ya no vas a progresar más en el trabajo. Digamos que pierdes el respeto. Y te vas quitando cositas y te vas dando cuenta que son cositas que, al revés, te hacen bien. No te das cuenta cuando te la quitan. Yo tenía una melena larga, una melena rubia, larga, estupenda. ¿Y por qué me he cortado el pelo? Pues primero me lo he cortado porque me era más cómodo y ahora me lo corto por aquí porque me van a operar próximamente de la DBS, que es una estimulación cerebral profunda para el Parkinson. Me ha dicho que tengo que ir al cero porque claro, me van a meter unos electrodos… Son tonterías que tú dices, Dios mío, y seguimos apegados a esto y seguimos apegado a tus libros. Hemos hecho una limpieza en casa fenomenal. La enfermedad para qué te sirve, para limpiar todas las cosas que te sobran. Y llega un momento en el que dices es que me sobra todo. Pero si tú estás en gracia, ese día tú dices me sobra todo. Ni el DNI necesito.
P: El Señor Basta.
Exacto.
P: ¿Cómo concretas tú en el día a día, en el minuto a minuto, este ofrecimiento de la enfermedad? ¿Y qué les dirías a estos enfermos que nos escuchan?
Hay que vivir la vida. Lo primero. Y estamos en el año de la esperanza, lo segundo. No hay que olvidar que todo enfermo tiene esperanza. Tenéis que tener todos esperanza, que ese es el motor que nos va a hacer levantarte cada día. Tienes la esperanza de que Dios nos espera, de que Dios no va a permitir nada más de lo que puedas soportar. Que tienes que tener claro que vas a sufrir, pero que el sufrimiento no va a ser en vano. Si hay algo que te duele, ofrécelo. Es la única manera que dejes de mirarte el ombligo. Yo en eso me miro muchas veces el ombligo y les digo a mis amigos ¡ay! que estoy malita. ¡No! Intenta, si estás enferma, canalizarlo de tal manera que siempre tengas una esperanza y que siempre pienses que todos somos templo de Dios. Y que tu cuerpo, aunque esté torcido, aunque esté con dolor, que la gente vea por lo menos una parte pequeñita de Dios en cada uno de nosotros. Y que la vida no depende de la salud. Que para ser feliz en esa vida no hace falta tener salud, ni tener dinero, ni tener riquezas, solo hace falta saber que eres hija de Dios, que eres amada por Dios y que hay que vivirlo con alegría. Hay que disfrutar que esto se acaba y después nos espera también otro mundo, otra vida mejor, muchísimo mejor. Yo estoy plenamente convencida. Tienes que pensar que la enfermedad es algo que Dios nos manda, para los que creemos, para fortalecer nuestro camino. Ya está, no hay más. Es el día que lo aceptemos como un regalo. Ese día lo tenemos ya todo ganado.
Puedes ver este testimonio completo, pinchando en este enlace https://www.youtube.com/watch?v=DBOQ6daKlb8
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